Geisha, dícese de toda persona con habilidades especiales, en especial artísticas. Japón es un país de rígido hermetismo en cuanto a muchas de sus tradiciones ancestrales. La todavía existencia de estas empolvadas representantes del pasado nos lleva a reflexionar sobre lo poco que conocemos de su mundo. Un mundo antiguo que no entendemos y que se resiste a desaparecer. Estos son algunos de los secretos de las geishas.
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Durante la Era Edo, con la proliferación del teatro kabuki, convertido en distracción de hombres adinerados, surgen otras inquietudes y necesidades menos elevadas en espíritu. La cultura va acompañada del desahogo físico en una sociedad muy puritana. En estos establecimientos empieza a surgir la prostitución que rápidamente es reconducida a barrios, los llamados “distritos de placer”. Muchas geishas pasaban del escenario a la cama.
Pero las antecesoras de las geishas seguían siendo bailarinas, incluso bailarines masculinos de teatro ambulante que exhibían su dominio de la escena delante del emperador. Para evitar que una profesión de artes cultivadas derivara en prácticas indecorosas, las geishas fueron protegidas mediante el sistema “kenban”, aún hoy en activo.
En esa época las prostitutas se maquillaban al estilo de las geishas, imitaban su llamativo estilo femenino de cara blanca y peinado recargado aunque lo llevaban al exceso y la caricatura. Al principio se podían confundir las geishas con las imitadoras meretrices, por lo que se convino recatar su parafernalia.
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La geisha aspira a tener iki, una virtud que la hace encantadora, atractiva, sensual pero sin caer en el descaro. Algo que debe aflorar y que no siempre se aprende sino que se adquiere con el paso del tiempo. Demostrar esa mezcla de experiencia e inocencia es la clave que diferencia en su código a una geisha, siempre impoluta y celosa de su aspecto, de una mujer más chabacana sin iki, sea prostituta o sirvienta.
Ya hemos comentado que el teatro kabuki es parte del germen de las geishas, aunque el maquillaje es todavía más profuso en las maikos (aprendices) que en las geikos (como se llama a las geishas en Kioto). De hecho, el estereotipo que la sociedad occidental ha formado respecto a esta figura más tiene que ver con las chicas jóvenes en proceso de formación de geisha que con la geisha propiamente dicha. La técnica de maquillaje es compleja y se encarga de cubrir la cara, el pecho y las manos, así como parte de la espalda salvo la nuca, una zona de especial erotismo para la mujer japonesa. Por supuesto, es imprescindible pintar de rojo los labios formando un corazón.
Cuesta creer que en la actualidad haya zonas enteras habitadas exclusivamente por geishas. Son las hanamachis, las “ciudades de flores” autorizadas a albergar a las geishas antiguamente. Hoy sobreviven cinco hanamachis en la ciudad e Kioto. Allí se forman en una residencia y aprenden lo necesario para convertirse en auténticas geishas del siglo XXI.
El objetivo principal de una geisha es entretener y acompañar al cliente (puede incluir establecer vínculos con otras mujeres). No hay sexo de por medio. Eso sí, encandilar al hombre mediante la danza, la música o conversación tiene mucho de erótico.
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Aunque nos choque se establece una relación entre cliente (también considerado patrón, amante o protector, en japonés danna) y geisha duradera en el tiempo. Es una fidelidad más de compañerismo que otra cosa.
Una de las labores de la geisha es saber escuchar y ser discreta. Eso sí, no se puede abusar de su tiempo. Cada sesión se contabilizaba en varitas de incienso.
Las geishas de hoy en día son vocacionales. Antes de la Segunda Guerra Mundial, podían venderse niñas a las residencias de las hanamachis u obligar a las aspirantes a geisha a ser desvirgadas como paso definitivo para el proceso de conversión. Las geishas ya no son mercancía.
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1 Comentarios
Comentario de Emilio
Publicado el 1 de junio de 2020
Creo que estos hechos se desprende del taoísmo.interesante y muy diferente al occidente