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¿Vivirías dentro de un volcán? Conoce Aogashima

Japón es una fuente inagotable de curiosidades sociales y geográficas. En el caso de Aogashima se unen ambas vertientes. En el Mar de Filipinas, es decir, justo en la vertical sur de la ciudad de Tokio, se encuentra una isla volcánica que es la más meridional y aislada del archipiélago de Izu. Esta es una historia de volcanes.

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Volcán Aogashima (charlywkarl, Foter)

De apenas unos 3,5 kilómetros de longitud en su parte más ancha, Aogashima tiene un origen cuaternario y su morfología responde a los restos superpuestos de al menos cuatro calderas submarinas. Lo más llamativo de la isla es que el efecto devastador de su última erupción, allá por 1785 y que se alargó casi un mes, acabó con la vida de aproximadamente la mitad de su población, entre 130 y 140 habitantes de los 327 residentes de la época. Los supervivientes huyeron a Hachijojima y no fue hasta cincuenta años después cuando la isla volvió a recibir nuevos inquilinos. Hoy sigue habitada y es un destino turístico nada desdeñable a pesar de su difícil acceso, sea en barco o en helicóptero (sale uno a diario si el tiempo lo permite).

Volcán Aogashima (Norio.NAKAYAMA, Foter)

Dentro del cráter principal se eleva la caldera Ikenosawa, con un diámetro de kilómetro y medio, y en ella destaca el monte Otonbu, el punto más elevado de la isla con sus 423 metros de altitud. A su vez, la caldera está ocupada por el cono secundario Maruyama. El flujo de lava que rellenó el cráter de Ikenosawa anegó los lagos de Oike y Koike, formados previamente a las erupciones de Tenmei (1781-1785). Al norte de la isla sobresale el volcán Kurosaki.

Volcán Aogashima (Norio.NAKAYAMA, Foter)

Hoy en día, la visita a la isla de Aogashima supone descubrir un paisaje tapizado de verde y rodeado de escarpadas paredes de acantilado. La vida de los 170 habitantes establecidos allí se ve favorecida por la llegada de un turismo controlado que se asombra de pisar tierra tan ignota y pintoresca. Y que sin duda no deja pasar la oportunidad de bañarse en agua termal gracias a los vapores que todavía despiden los cráteres, además de practicar senderismo y de acudir a la planta de tratamiento de agua marina ubicada en el corazón de la isla.
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Miguel Á. Palomo

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